Duelo

Un enfoque judío de la vida y de la muerte

El Rabino Abraham J. Heschel enseñaba que “si la muerte es privada de significado, entonces la vida es absurda”.

El modo según el cual una sociedad se ocupa de los muertos indica cuál es el sentido que tiene de la vida. La tradición Judía se ocupa de la muerte pensando en los vivos.

La enfermedad y la agonía son circunstancias de la vida, y la preocupación central es esa vida, lo que debemos y podemos hacer por ella.

La persona enferma es un ser humano, amado, vivo, no es un “paciente”. La Halajá (la ley judía) indica que jamás debe estar solo. En lugar de mantener conversaciones banales para distraerlo, nos alienta a hablar y recordar, tanto lo grato como lo ingrato permitiéndole, tal vez, una última oportunidad de reconciliación con los demás y consigo mismo.

Cuando la muerte es inexorable y nada hay en la ciencia para evitarla, el Talmud prescribe que, así como está prohibido apresurarla artificialmente, está también prohibido retardarla por medios artificiales.

Una vez que sobreviene la muerte, el centro de preocupación se desplaza a los deudos -los vivos- y la Tradición estructura una práctica funeraria que reclama realismo, confronta con el dolor y alienta al reencuentro con la vida.

Expresamente se prohíbe el uso de vestidos o ataúdes ostentosos, ya que las riquezas materiales deben emplearse para fines constructivos y no para hacer distinciones superfluas frente a la muerte (que finalmente se encarga de igualarnos a todos). La tradición judía desaconseja en forma explícita ofrendas florales y costosos avisos fúnebres, y con igual énfasis recomienda el ejercicio de la Tzedaká, mediante aportes a obras benéficas que perpetúan en la vida la memoria de nuestros seres queridos.

Desde lo más remoto de su origen el hombre ha tenido siempre el instinto de trascender. En la antigüedad los reyes construían tumbas, estatuas y arcos triunfales que perpetuaban su memoria, cuyo legado a las generaciones siguientes consistió únicamente en su valor estético.

Muchas personas sensibles y generosas prefieren dejar recuerdos vivientes favoreciendo a sus congéneres ahora y siempre, orientando sus donaciones a obras y proyectos que satisfacen alguna necesidad comunitaria. Esa donación tiene un toque de inmortalidad.